Guardi Gran Consejo

Enrico Dandolo (1192-1205)

Enrico Dandolo (Venecia, c. 1107 – Costantinopla, mayo 1205), fue el 41 Dogo de la República de Venecia, electo ya anciano el 21 de junio de 1192. Aprovechando al máximo la oportunidad que le ofrecia la Cuarta Cruzada, logró en primer lugar reconquistar Zara y después tomar Constantinopla, creando así las bases para el desarrollo del Imperio colonial veneciano.

Charles Diehl, en su soberbia obra Venecia, una República de Patricios, dice de él:

En toda la historia Venecia pocos hombres han sido más notables; pocos hombres también han sido más representativos del carácter y del espíritu venecianos. Cuando subió al trono ducal, Dandolo tenía cerca de 80 años; pero conservaba en esa edad avanzada toda la actividad y todo el ardor de un joven ambicioso, ávido de gloria para sí mismo y más aún para su país, ofreció un admirable ejemplo de ese patriotismo veneciano, capaz de todas las devociones, faltó también de todos los escrúpulos cuando la grandeza de la República estaba en juego. Jamás se detuvo Dandolo ante ninguna consideración para realizar los designios que se había formado; espíritu diáfano, que veía claramente el objeto a perseguir y los medios de alcanzarlo, formado por una larga experiencia en la gestión de los negocios, era un admirable hombre de Estado; reputado como maestro en el arte de manejar a los hombres, reservado, discreto, sobrio en palabras, era un diplomático incomparable. Además de eso tenía energía, resolución, un valor personal que algunas veces rayaba en el heroísmo. Era un hombre nacido para mandar. La leyenda cuenta que fue enviado en 1171 como embajador a Constantinopla, quedó ciego a consecuencia de maniobras traidoras de los griegos, y que de ahí venía el odio terrible que toda su vida tuvo a Bizancio. Lo cierto es que el objetivo constante su política fue vengar en el Imperio griego las injurias sufridas por Venecia: veía por encima de todo, con su sentido sagaz de político, el maravilloso campo de acción que abría a su país la conquista de Oriente. Hizo todo lo posible para realizar ese sueño, y con ello puede decirse que fundó verdaderamente la grandeza veneciana. Nos ofrece, por añadidura, un bello ejemplar de sus patricios de Venecia, en una pieza comerciantes y hombres de Estado, soldados y diplomáticos, cuya audaz voluntad sabía, cuando se trataba de servir a la República, plegar los acontecimientos y forzar el propio destino.