Venecia surge del agua gracias a hombres intrépidos que, huyendo de los bárbaros invasores, se trasladan desde la tierra firme hasta la Laguna y consiguen el milagro de construir una ciudad sobre el agua que basa su riqueza en la sal y el comercio.
Al principio de la era cristiana subió el nivel del mar cubriendo parte del territorio véneto. Después volvió a descender. Los ríos que, de norte a sur, descienden de los Alpes atravesando el valle del Po o llanura Padana (del nombre latino del río Po, Padus) fueron depositando el lodo y los sedimentos recogidos durante su lento fluir dejando una formación de pequeñas islas e islotes que se elevaron sobre el mar. Simultáneamente se formaron los lidos (litorales); amplios cordones de arena originados por el empuje de los ríos e interrumpidos por torrentes de agua dulce que desembocaban en el mar abierto. De esta manera se formó la Laguna de Venecia, que no llegó a constituir una laguna permanente hasta su transformación definitiva en los siglos XI y XII.
En la Laguna, el agua dulce se mezcla con el agua salada que irrumpe desde el mar a través de las desembocaduras de los ríos. Así, dos veces al día, por el efecto de la marea alta, el agua del mar penetra a través del espació existente entre los lidos, renovando el agua de la Laguna. La marea tarda seis horas en bajar, así que cada veinticuatro horas se originan dos mareas altas y dos mareas bajas, un doble movimiento de entrada y salida que purifica las aguas y asegura la supervivencia en la cuenca lacustre.
Hacia el año 1000, en la Laguna había seis desembocaduras mientras que en la actualidad sólo quedan tres: la del puerto de Chioggia, la de Malamocco y la del Lido. El empuje del mar y los sedimentos de los ríos han sido siempre una amenaza para la Laguna. Para evitar su hundimiento, los venecianos de tiempo en tiempo han ido desviando artificialmente los ríos fuera de la Laguna, logrando así la supervivencia de la ciudad histórica de Venecia.
Con la llegada de Atila (452 d.C.), muchos habitantes de la tierra firme encontraron un refugio provisional en las islas de la Laguna. Cuando se retiraron los bárbaros, volvieron a sus hogares. Sin embargo, en el 568 d.C., con la invasión de los longobardos, que tenían intención de quedarse, el retorno ya no fue posible. Estos refugiados, que habían huído hacia la libertad, decidieron quedarse en las islas de la Laguna y empezar una nueva vida.
La Laguna, habitada por personas dedicadas a la pesca y a la industria de la sal, se puebla con la llegada de estos refugiados: cada pequeña isla se convierte en una comunidad independiente que gira en torno a una o más familias importantes. Los fugitivos del Friuli y de los territorios de Aquilea y Concordia encuentran refugio en Grado y Caorle; los de Oderzo, en la isla de Eraclea, que se convierte en el primer centro político de las lagunas; los habitantes de Altino se refugian en Torcello; los de Treviso, en Rialto o Malamocco; los de Padua y alrededores, en Chioggia o Malamocco. El archipiélago de islas que en el siglo IX se convertirá en Venecia, curiosamente, será al principio el menos poblado. Para vivir, los nuevos habitantes se adaptan al lugar. Construyen palafitos y cabañas con las cañas que crecen en la Laguna y comercian con las poblaciones de la costa, ofreciendo pescado, hortalizas y sal a cambio de aquello que no pueden producir.
El aumento de población dará lugar a una escasez de espacio que obliga a sus habitantes no solo a defender del agua las islas habitadas, sino también a arrebatarle nuevos terrenos al agua. La operación se lleva a cabo mediante ramas o cañas, con las que formar barreras al agua, y los bancos de arena formados por los depósitos de los aluviones de los ríos son reforzados artificialmente antes de poder edificar encima.